Existe un cliché en el mundo del deporte aplicado tanto a jugadores como a equipos que dice que «es capaz de lo mejor y de lo peor«. Esta frase adquiere su caracter paradigmático cuando es aplicada al Atlético de Madrid, un equipo capaz de dejarse empatar en el último minuto varias veces, de perder 3-0 contra un equipo de Segunda y remontar en la vuelta para ganar 5-1, de ganar 0-4 en Valladolid o caer derrotado en casa ante un equipo que lucha por no descender. Anoche tocó la versión buena y el Atlético puso pie y medio en la final de Copa al vapulear por 4-0 al Racing de Santander.
Los colchoneros se están mostrando esta temporada, además de como el equipo caótico de dos versiones, como un conjunto partido en dos. Por un lado la defensa y por otro el ataque. ¿Y el centro del campo? Pues no hay, o para ser más correctos, no existía. Assunçao es incapaz de asumir tareas creativas y Jurado no tiene la suficiente disciplina táctica como para jugar de centrocampista. Raúl García sigue sin mostrar las cualidades atisbadas en su etapa de Osasuna.
Este déficit ha sido subsanado por Tiago, fichaje invernal de los rojiblancos. El portugués ha cogido la manija del equipo con naturalidad y las cosas han cambiado. Tiago fomenta la presión de sus compañeros hacia los rivales, se situa a la perfección en el campo, lo que le permite robar bastantes balones, distribuye el esférico con criterio y tiene llegada al área contraria. Un todocampista que le está dando a su nuevo club parte de ese equilibrio tan necesario.
Quedan todavía varios agujeros por cubrir en este equipo. Aunque el debate de la portería parece estar finalizando en favor del canterano De Gea -a ver que decisión se toma respecto a Sergio Asenjo- y el medio del campo ya cuenta con un hombre capaz de otorgar seriedad a un equipo caótico, la defensa sigue siendo de chiste. El Atlético nunca será un club grande mientras no transmita una sensación de seguridad defensiva.